Esta frase me la dijo un familiar en una cena y resume perfectamente la sensación que tengo en mi relación con los bancos, curiosamente mi familiar es directivo en un gran banco español…
Hace un par de dias recibí en la oficina una carta de uno de los bancos con los que trabajamos, confirmando que concedían a la empresa un crédito de algunos miles de euros (era un crédito preconcedido que nosotros no habíamos pedido). Me acordé de la frase de mi familiar porque unos meses antes el mismo banco nos denegó una tarjeta de crédito.
Otra de las sensaciones que tengo es que los bancos nunca pierden (por supuesto también incluyo a las cajas de ahorro). Cuando las cosas van bien, generan beneficios millonarios con los diferenciales de tipos, las comisiones, etc, pero cuando van mal los gobiernos los rescatan (los rescatamos entre todos). Con esto no quiero decir que no haya que rescatarlos, creo que las consecuencias de no hacerlo serían terribles para todos, pero habría que hacerlo en determinadas condiciones.
Por un lado, deben habilitarse mecanismos para que banco rescatado, una vez esté saneado, devuelva el dinero con un alto tipo de interés (como mínimo tan alto como el abusivo tipo que nos cobran a las pequeñas y medianas empresas por una póliza de crédito). En Estados Unidos el gobierno (e indirectamente los contribuyentes) ha obtenido una atractiva rentabilidad en los rescates una vez se han devuelto los fondos inyectados con sus correspondientes intereses.
Por otro lado, los altos directivos y consejeros de los bancos y cajas rescatados deberían ajustar sus salarios, bonus, planes de pensiones y demás retribuciones a la situación de «empresa en quiebra», es decir, al mínimo. Y lo que es más importante, no deberían cobrar esas millonarias indemnizaciones a costa del dinero de todos.
Soy un firme defensor de la libre economía de mercado y me parece muy bien que los altos directivos de los mercados financieros cobren sueldos millonarios, si su buen hacer y sus decisiones generan también millonarios beneficios. Es una forma de captar y retener el talento y por tanto generar riqueza. Sin embargo, dado la influencia que tienen los mercados financieros en la economía, no se puede permitir que «la fiesta» la paguemos los contribuyentes mientras los que han tomado malas decisiones de alto riesgo, con una ambición desmedida, se vayan a casa con las manos llenas.
No sólo es de justicia que se apliquen estas condiciones, además, será disuasorio para que los directivos, y los accionistas que los nombran, no asuman estos riesgos excesivos que pongan en peligro la estabilidad del mercado financiero y de la economía de los países.